Nada produce más alegría que invertirse en otros y verles crecer. Todos crecemos a ritmos diferentes, pero necesitamos un norte y nuestra fe en Dios es ese norte.
Con el pasar de los años, hemos aprendido que el amor de Dios se renueva cada día en nuestra vida, por lo que entendemos que diariamente hay que vivir una transformación para ser más como Él.